11.- La Séptima Cruzada

 El papa Inocencio IV creó una Bula señalando el 28 de junio de 1245 como fecha para un Concilio donde asistirían los más importantes dirigentes de Europa. Este Concilio se tuvo en tres sesiones, la primera el 28 de junio, la segunda el 5 de julio y la última el 17 del mismo mes.

 Allí, el papa les anunció las malas nuevas de Tierra Santa. Explicó cómo los Corasminos entraron en la Ciudad Santa de Jerusalén, donde niños, mujeres y ancianos se refugiaron en la iglesia del Santo Sepulcro y fueron asesinados dentro de ese mismo lugar cortando además la cabeza de los sacerdotes.

Papa Inocencio IV

 En la tercera sesión se acordó una nueva Cruzada y pronto comenzaron a pedirse hombres, armas y dinero para regresar a Tierra Santa.

 Los Templarios y los Hospitalarios sentían en el alma que muchos de sus hermanos y superiores estaban cargados de cadenas en el Cairo, y tratando de sacarles de su esclavitud el nuevo Gran Maestre del Hospital Fr. Pedro Villabride y el Maestro Interino del Temple acordaron enviar al sultán Malec Ayub algunos de sus caballeros, los más entendidos y capaces para gestionar este asunto. La respuesta del sultán fue negativa.

 El rey declaró la guerra al sultán de Egipto y desembarcó junto a sus tropas y su esposa en Damieta, donde le aguardaban los dos Grandes Maestres.

 Los ataques violentos se repetían a menudo y no dejaban de causar bajas.  Unos días después se presentaron al rey 500 egipcios de caballería desertores de su mando que aseguraron ponerse de parte de los cristianos. El rey confió en su palabra y permitió que marchasen como cuerpo de vanguardia junto a los Templarios, por conocer bien el país. El objeto de éstos era entorpecer la marcha y guiarles por sitios equivocados, y los Templarios, por prudencia, prefirieron ignorar sus consejos.  Finalmente, derribaron a un jefe Templario del caballo, con un golpe de mazo, el cual cayó a los pies del Mariscal de la Orden, quien gritó: “¿Cómo, caballeros, sufrimos este insulto?” y a su señal todos los Templarios cargaron contra los egipcios, que envueltos por todas partes fueron pasados a cuchillo y quienes se salvaron se arrojaron al Thanis.

 Finalmente el ataque se produjo, unos siguieron al conde por estar de acuerdo con él y otros por no pasar por cobardes. El resultado de la batalla fue catastrófico para los cristianos. El conde de Artois pereció en esta jornada, el Gran Maestre del Hospital cayó prisionero y el del Temple perdió un ojo.

 Tras las derrotas del rey se llegó a un nuevo tratado y una nueva tregua de 10 años, acordando la liberación de prisioneros.

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