Habiendo el papa Eugenio II publicado la bula de la Cruzada, se convocó una reunión en Vezelay el 31 de marzo de 1146, a la cual acudió una gran multitud de señores, caballeros, prelados y hombres de todas las clases y condiciones.
El grito de “¡Dios lo quiere!” interrumpió el discurso, como había interrumpido las palabras de Urbano II en el concilio de Clermont. Como el entusiasmo de la multitud aumentaba, san Bernardo profetizó el buen éxito de la Cruzada, amenazó con la cólera divina a los que no peleasen por Jesucristo y gritó como el Profeta: “¡Desgraciado, desgraciado aquel que no llegue a ensangrentar su espada!”
El ardor de la guerra santa se había apoderado de toda la asamblea. Así pues, san Bernardo recorrió los reinos inflamando los corazones con el fuego sacro de las Cruzadas.
Fray Everardo de Barres había sido preceptor en Francia algunos años antes, y como a tal, fue delegado por Fr. Roberto de Craon para trasladarse a Navarra y Aragón.
El emperador Conrado de Alemania y Luís rey de Francia, a consecuencia de la predicación de la Cruzada, formaron cada cual su ejército. Todo el mundo se armaba cruzado; hasta Leonor reina de Francia, como en otro tiempo las amazonas, a la cabeza de muchas damas, apareció a caballo antes de partir para Palestina.
Todos saben el lance peligroso en que se halló el rey de Francia Luís VII en las montañas de Laodicea, obligado a huir durante la noche a fin de evitar las emboscadas de los musulmanes que lo tenían rodeado; mas no sucedió lo que éstos esperaban, merced a la confianza que depositó el rey en el Gran Maestre del Temple Fr. Everardo de Barres, el cual con los Templarios había acudido para salvar al ejército cruzado francés, servirle de guía y defenderle del peligro.
Durante la estancia del rey en Antioquia, el Gran Maestre, informado de la escasez de dinero, ofreció al rey los tesoros de la Orden, partiendo inmediatamente a por ellos.
Algún tiempo después, el rey escribió a su ministro para manifestarle cuánto debía él y su ejército a los importantes servicios que habían recibido de los Templarios después de su llegada a Oriente.
De Antioquia pasó Luís a San Juan de Acre con los restos del ejército y después a Jerusalén, donde fue recibido con demostraciones de alegría.
Tras unos días se celebró una junta. Se trató de las operaciones más ventajosas para la cristiandad, resolviéndose el sitio de Damasco; y dada la orden de marcha, se dispuso que Balduino rey de Jerusalén, seguido de los orientales, se pusiera a la vanguardia, los franceses con los Templarios formasen el cuerpo de batalla y el emperador con los alemanes la retaguardia. Llegado el ejército delante de Damasco, la atacó por la partede los jardines que la cubrían al occidente y septentrión, y la rendición de la plaza era infalible si no se hubiera atravesado de por medio la traición.
Esta Cruzada fue desgraciada, puesto que estos ejércitos no pudieron rendir una sola plaza fuerte de los infieles.
Palestina se encontraba en estos momentos seriamente amenazada no solo por los egipcios sino también por el Mediodía, por esto el rey de Jerusalén mandó construir las murallas de la antigua ciudad de Gaza y confió su defensa a los Templarios. En cuanto a Everesto, Gran Maestre del Temple, tras lo sucedido con la última Cruzada decidió renunciar a su maestrazgo.