Tras la muerte del maestre Blancaflort, fue elegido Fr. Felipe de Naplusa,
En el mes de septiembre de 1169 Felipe firmó como Gran Maestre del Temple junto con el del Hospital, una donación hecha por Amauri a la comuna de los pisanos orientales.
Con motivo de los violentos temblores de tierra que azotó Siria, en el año 1170 muchas poblaciones de ambas religiones fueron destruidas. Sin embargo, al divulgarse el rumor de que Saladino sitiaba el castillo de Dauron en Idumea , Amauri salió de Ascalón a toda prisa frente a 2000 hombres de infantería, 250 caballos y algunos hospitalarios, y para aumentar su fuerza se dirigió hacia Gaza, de donde sacó una parte de la guarnición que estaba a sueldo del Temple, al cual pertenecía dicha ciudad.
El Papa Alejandro III dirigió a los Templarios una bula honorífica para la Orden, en la cual comienza por felicitarles por sus logros. Dicha bula parece menos una nueva concesión que una confirmación y extensión de sus privilegios.
Desde hacía algunos siglos se había establecido en las extremidades de Siria, entre Fenicia, Anterade y Trípoli, una secta de mahometanos, llamados Batenianos por los árabes y Asesinos por los cristianos. El primero de los cruzados que pereció por medio del puñal de estos asesinos fue Raimundo II, hijo del conde de Trípoli, que asesinaron al pie del altar en Tortosa en 1148.
Los Templarios que ocupaban las plazas vecinas a estos fanáticos fueron los primeros que acudieron a vengar la muerte de Raimundo. Tras entrar en territorio enemigo fue tanto el terror que infundieron al jefe de estos asesinos que éste se comprometió a pagar anualmente a la Orden del Temple 2000 besans de oro, equivalente a 20.000 libras.
Enviaron a un cortesano llamado Boabdelle ante el rey Amauri y éste le convenció de que sus intenciones de aprender el Evangelio eran verdaderas.
Se trató al enviado con todos los honores y a su regreso le acompañó una guardia del guardia del rey hasta la frontera. Habían pasado más allá de Trípoli cuando un Templario fue a su encuentro y le hizo algún reproche, que le siguió una disputa, de las palabras pasaron a los hechos y el caballero mató al enviado.
En 1177 Saladino, irritado por las reiteradas infracciones de los tratados de tregua salió de Egipto con 26.000 caballos y acampó entre Ascalón y Ramla.
Balduino, desconcertado por la proximidad del enemigo apenas tuvo tiempo de reunir 3000 hombres de infantería y 400 caballos, a los cuales se unió el Gran Maestre del Temple y 80 caballeros. Balduino, pese a sus enfermedades continuas, no lo pensó dos veces y acudió a la batalla. Sin embargo, ésta no llegó a producirse, ya que se encerraron en Ascalón para entretener al enemigo.
Saladino, minusvalorando la capacidad del rey, no sitió Ascalón, dividió a su ejército en destacamentos y procedieron a atacar las poblaciones. Los caballeros del rey, viendo el momento oportuno, salieron de Ascalón por la noche y se arrojaron con furia contra el enemigo, que tuvo que huir a través del desierto de vuelta a Egipto.
Balduino IV dio la autorización para levantar una fortaleza dentro del territorio de Saladino, un poco más allá del río Jordán, llamado el vado de Jacob, con el fin de contener las correrías de los árabes. Logrado el permiso, comenzó la obra, acampando el ejército cristiano cerca para proteger a los trabajadores.
Enterado Saladino del plan, se puso en marcha con el grueso de su ejército y tendió una emboscada a los cristianos, causándoles grandes pérdidas.
Concluida la batalla, todos los Templarios que cayeron prisioneros fueron aserrados de medio cuerpo con una crueldad inaudita y que apenas se concibe con el carácter de Saladino.
Solamente se perdonó la vida a algunos de los más notables, que fueron enviados a Damasco cargados de hierros, entre ellos se encontraba el Gran Maestre, que prefirió morir en cautiverio antes que admitir un canje. Saladino le ofreció la libertad a cambio de devolverle a un emir a su sobrino, prisionero de la Orden, a cuya proposición contestó así el Gran Maestre: “A Dios no plazca que yo de a mis súbditos un ejemplo tan pernicioso pues con él les autorizaría a rendirse prisioneros con la esperanza del canje. Un templario no debe dar más por su rescate sino su cinturón o su cuchilla. Vencer o morir, esta es mi divisa, este es el espíritu de la Orden.”